“La alimentación moderna es una industria pujante hecha por fabricantes de cosas que no son comida. Empresas químicas, perfumistas, publicistas y laboratorios que por el mismo precio aíslan y reproducen probióticos y hacen vitaminas, hormonas y colorantes. Entre todos manipulan los pocos ingredientes repetidos hasta hacer que cada producto parezca lo que no es.
Se trata de un secreto impreso en letras minúsculas e invisibles en los rótulos de cada envase. Si lo leyéramos nos enteraríamos que ni los cereales “integrales” son muy distintos a los que ofrecen chocolate crujiente, ni las galletas rellenas de crema son tanto peores que las que parecen de salvado. Entre los yogures y los jugos el reino de las frutas que se imprimen en los envases diferenciándolos con contundencia está creado con colorantes, aromatizantes y jarabe de maíz de alta fructosa y rara vez algún rastro de la fruta que se promociona. Sucede hasta con el pan “lacteado”, “artesanal” “con semillas”, “light”: la diferencia entre uno y otro es truco perfecto, no mucho más”
Soledad Barruti
Este es una fragmento de la introducción de Mala Leche, un libro escrito por argentina Soledad Barruti, donde hace una radiografía de la industria alimenticia global; terminando la obra queda un amargo sabor a “es casi imposible comer realmente sano” y es que la industria ha creado una maquinaria difícil de retroceder, partiendo de que los alimentos frescos ya están contaminados con agroquímicos y pesticidas, luego estos se transforman y refinan tanto, que por definición, ya no puede ser considerados alimentos sino PRODUCTOS de grados alimenticio.
La autora comienza relatando su experiencia personal, en la que creo que todos (al menos quienes alguna vez nos hemos cuestionado nuestra alimentación o la que le damos a nuestra familia) nos podemos ver reflejados: El triunfo de la publicidad, todos tenemos dulces o golosinas que nos recuerdan la mejor época de nuestra infancia, así como tenemos a Coca Cola relacionado con “destapar la felicidad”, hasta ahí todo bien, pero basta dar un vistazo a la zona de ingredientes de este tipo de productos para darse cuenta que también los recordaremos en momentos amargos, como cuando te diagnostiquen enfermedades crónicas o relacionadas con alto consumo de azúcares y aditivos.
Cuando Soledad comenzó a cuestionarse la alimentación de su hijo de diez años, descubrió que esta problemáticas no sólo está en los evidentemente insanos (gaseosas, dulces, etc) si no lo que consideramos sano como yogures, los cereales integrales, algunos tipos de galletas etc, pero que además hay mucho más allá del truco del marketing, los aditivos y el azúcar son componentes altamente adictivos y disruptores endocrinos, es decir alteran el sistema de producción hormonal de nuestro organismos, creando desequilibrios como por ejemplo modificar el estándar interno de saciedad, por eso siempre que comemos ultraprocesados quedamos “antojados”.
En el libro se hace una comparación que me clarificó qué es un ultraprocesados, comparan el maíz con la hoja de coca, ambas plantas, alimentos naturales, cuando se consume hoja de coca se aprovechan sus beneficios, es energizante y NO va a generar ningún tipo de efecto alucinógeno, esta se puede procesar, convertir en harina de coca y en esta galleta y todo bien, seguimos en aprovechar componentes si efectos secundarios, igual el maíz al cocinarlo y hacer tortas o arepas, todo bien, PERO ¿qué pasa de la coca a la cocaína? así como del maíz al jarabe de maíz de alta fructosa, ambas plantas naturales son sometidas a procesos químicos en el que alteran su composición, convirtiendo en el maíz en un edulcorante que no añade otros sabores y tiene la ventaja frente al azúcar en que no cristaliza y se mantiene más elástica reteniendo mejor la humedad, esto a partir de la descomposición enzimática del almidón de maíz para producir glucosa que es posteriormente hervida para producir este jarabe y a la hoja de coca le aplican queroseno, ácido sulfúrico, carbonato sódico, ácido sulfúrico, permanganto potásico etc..
Pero el dato que más me impactó es que en un experimento con ratones, a los que suministraron a un grupo cocaína y al otro azúcar y edulcorantes, luego de hacerlos adictos ponían pruebas cada vez más complejas para llegar a la sustancia correspondiente y así medir el nivel de adicción, el resultado arrojó que lucharon más los ratones del grupo azúcar que los del grupo cocaína.
Nuestro cerebro es adicto al azúcar, por eso cada vez nos parecen más insípidos los sabores naturales y tenemos constantemente “antojos” de dulces o comida chatarra llena de aditivos, ahora pensemos el efecto que hace este tipo de componente en cerebros de dos o tres años de edad.
Cuestionar la industria alimentaria es fácil pero salir de ella bastante complejo, a raíz de mi lectura de “Mala leche” comencé a cuestionarme cuantos ultraprocesados consumo al día o a la semana y a revisar etiquetas, resulta que casi todo tiene aditivos, hasta el queso, la leche, las arepas, los panes, las galletas y llegué a la conclusión que para alimentarnos realmente sano se requiere mucha voluntad e imaginación si no se cuenta con un buen presupuesto de alimentación mensual pero me reitera las ideas que veníamos por otras razones promoviendo y que son bastante útiles en este camino de alimentarnos mejor.
1. Compra local: los alimentos fabricados de forma artesanal y en pequeña escala son los que más escapan a las formulaciones químicas rellenas de aditivos perjudiciales para la salud.
2. Consumo orgánico, y sí ya sabemos que hay mucha especulación en los precios y que orgánico suele ser más costoso, pero hay muchas ideas para ahorrar en nuestra alimentación y definitivamente es mejor priorizar calidad versus cantidad.
3. Cocinar más, la gran ventaja de los ultraprocesados es que nos permiten cocinar muy rápido recetas que de forma casera nos tomaría mucho más tiempo, pero hay alternativas muy económicas, MUY saludables y muy prácticas como los fermentos y los germinados.
Opciones de snack saludables:
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